Por Alejandro Gamero.
Está claro que Alicia en el País de las Maravillas es mucho más que una simple historia infantil. Una de sus posibles lecturas más profundas tiene un trasfondo neuropsicológico. El propio título del libro dio pie al nombre de una condición que, sin ser dañina, causa distorsiones en la percepción de la realidad de quien la sufre. Un afección también conocida como dismetropsia o sindrome de Todd, en honor a John Todd, el psiquiatra que definió este trastorno en 1955. Según Todd, sus pacientes veían algunos objetos mucho más grandes de lo que realmente eran y otros, en cambio, los veían más pequeños. Una percepción que no dista demasiado de los procesos de crecimiento y reducción por los que atraviesa Alicia en el libro de Lewis Carroll.
De hecho, Todd sugirió que Carroll había escrito esos episodios basándose en experiencias propias, inspirándose en las alucinaciones que experimentó cuando sufrió lo que llamó un «dolor de cabeza bilioso». Además de tomar el nombre del síndrome del título de la novela, las transformaciones por las que Alicia atraviesa después de beber la botella que dice «bébeme» y de comer el pastel que dice «cómeme» se conocen hoy en día en la literatura neuropsicológica como macropsia y micropsia.
Aunque muchos han especulado que Carroll tomó algún tipo de droga para alterar la mente, y que basó las historias de Alicia en las experiencias alucinatorias causadas por estas sustancias, para el novelista Craig Russell, que también padece este síndrome, Carroll lo tenía, de manera más severa y prolongada. Algo extraño porque, según parece, este síndrome es más común en la infancia y desaparece en la madurez.