Por Silvana Cataldo.
En 1997, para la apertura del I Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en la ciudad de Zacatecas, el genial García Márquez sorprendió al auditorio con una propuesta irreverente: jubilar la ortografía, a la que llamó “el terror del ser humano desde la cuna”.
Era un momento importante para la lengua española: con más de cuatrocientos millones de hablantes nativos, se fortalecía la enseñanza del español como industria cultural y se debatía cuál era el español que se debía enseñar a los hablantes extranjeros. La sugerencia del escritor de enterrar las haches, firmar un tratado de límites entre ge y jota, desentenderse de los acentos escritos, entre otras cosas, fue un anuncio de la revolución que sobrevendría. Después llegó internet y pasaron muchas cosas. La comunicación se transformó y se transforma. Consumimos y producimos mensajes a una velocidad que, muchas veces, nos impide procesar, planificar y comprender. Es el momento del “digo, luego pienso”. Las formas no tienen espacio. ¿Quién se detiene a pensar reglas ortográficas o el sentido de una coma en el posteo de una red social, de un mensaje de wapp?
La ortografía, la normativa, la puntuación y la acentuación hoy tienen mala prensa. Tal vez porque el foco está puesto en decir y no en cómo deberíamos decir en cada caso, atendiendo el contexto. Hay una multiplicidad de posibilidades de expresión: palabras, íconos, símbolos, emojis, imágenes, etc. Los mensajes escritos demandan tiempo, pero no siempre tenemos la disposición o la paciencia para dedicarlo a la corrección. La informalidad nos ha ganado. Sin embargo, hay ámbitos en los que es necesario volver a las formas que garanticen eficacia en nuestros intercambios comunicativos. En este contexto de inmediatez y rapidez, es más importante que nunca recuperar la eficacia en la comunicación escrita. Y para ello, necesitamos normas.
Múltiples herramientas para comunicar
Una imagen, en ocasiones, puede valer más que mil palabras. Y está muy bien apropiarse de estos otros lenguajes en tiempos en los que podemos comunicar con todo. Pero hay muchas instancias en las que, por el contrario, necesitamos las palabras. Tener la habilidad de construir mensajes escritos que tengan el poder de comunicar rigurosamente lo que se desea transmitir es tan necesario como ejercitar la lectura y la comprensión.
Las normas de la lengua escrita, lejos de ser un obstáculo, son la base sobre la cual se construye esa eficacia comunicativa. En medios de comunicación, investigaciones y divulgaciones científicas, ámbitos académicos, además de la literatura, el arte de transmitir con la palabra se basa en poder construir mensajes claros y correctos. Formar lectores implica también prepararlos para estas lecturas, con la comprensión cabal de estas herramientas de la expresión: acentos, comas, ortografía. Todos elementos para poder expresar y comunicar de manera eficaz.
Una buena ortografía, una adecuada puntuación y acentuación no solo facilitan la comprensión del mensaje, sino que también reflejan el respeto por el destinatario y cuidado por la propia comunicación. La escritura es una herramienta poderosa que nos permite transmitir ideas, emociones y conocimientos, y su ejercicio constante nos ayuda a ser más claros, precisos y efectivos en nuestras intercambios. Por ello, es fundamental seguir ejercitando la escritura y recuperar las normas de la lengua escrita. No se trata de ser puristas o inflexibles, sino de valorar y cuidar el lenguaje que compartimos. En un mundo donde la información y las opiniones circulan con rapidez y en gran cantidad, la correcta expresión escrita se vuelve un criterio de calidad y credibilidad. Es momento de reivindicar las formas, de darles su lugar en la comunicación digital y de seguir aprendiendo y enseñando el arte de escribir con corrección y belleza.
El rol de la tecnología
La tecnología nos trajo muchos beneficios y nos amplió las posibilidades de comunicación. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro. Algunas de estas ventajas nos hacen sentir la ilusión de que podemos recostarnos en ellas, sin necesidad de supervisarlas. Los correctores automáticos, por ejemplo, si bien son una herramienta útil, a menudo nos hacen confiar ciegamente en su corrección, relegando nuestra responsabilidad como escritores. Pero ¿qué sucede cuando estos correctores no captan errores sutiles o cuando simplemente no los utilizamos? El resultado es evidente: textos plagados de faltas ortográficas que deslucen el contenido y restan eficacia al mensaje del autor.
Al mismo tiempo, otro ámbito en el que necesitamos poner en marcha estas normas es en la generación de textos con IA. La correcta ortografía, la puntuación y la acentuación en la escritura de prompts es fundamental para garantizar la calidad y la coherencia de los textos generados. Si bien las herramientas de inteligencia artificial han revolucionado la forma en que creamos contenido, no podemos subestimar el papel crucial que desempeñan estos aspectos lingüísticos en la comunicación efectiva.
Es hora de que las normas recuperen su lugar de honor en el mundo del lenguaje escrito. No se trata de convertirse en expertos gramáticos de la noche a la mañana, sino de tomar conciencia de la importancia de una escritura cuidada y precisa. Se trata de no restar valor a nuestras ideas y aprovechar al máximo el poder que tienen las palabras.