Debí adivinar que la Poesía iba a ocupar un lugar importante en mi vida cuando cerca de los diez años leí por primera vez el poema de Juana de Ibarbourou llamado “La higuera”.
Recuerdo que ocurrió en el colegio primario, e incluso recuerdo al asiento del aula en donde estaba sentado, y algún que otro detalle.
Han pasado muchos años desde aquél entonces, y aún se manifiesta en mí la viva impresión que me causó su descubrimiento.
Hasta ese día no tengo memoria de haber considerado a la Poesía como un tema más de las currículas. Pero a partir de entonces, ella ha sido una fiel compañera, y sólo lamento no tener memoria de poder recordar cada uno de los versos que he leído.
Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos,
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.
En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.
Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se viste…
Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto».
Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!
Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:
¡Hoy a mí me dijeron hermosa!