Si hubo un cuento que me impresionó siendo chico, ese fue “La leyenda del hombre del cerebro de oro” de Alphonse Daudet perteneciente a su libro Cartas desde mi molino.
Pocas veces la Literatura había llamado la atención en mis años juveniles. Sin embargo, cuando leí ese cuento en una antología que me habían hecho comprar desde el colegio, me convencí de que había historias que podían inquietar extraordinariamente y trascender los límites del tiempo.
El motivo de por qué unas historias nos atrapan más que otras debe tener que ver con íntimas cuestiones cuya existencia no me atrevo a debatir, pero la sola certidumbre de que pueda haber crónicas que traspasen las cotidianidades y se afiancen en los años siempre me ha generado una íntima admiración.
Sorpresa, incertidumbre y pena fueron algunas de las emociones que quedaron tan fijas en mí que todavía las recuerdo. Y eso es lo que hace de la Literatura un arte perdurable. Ya que la Literatura que no provoca sentimientos es nada más que un mero ejercicio estilístico.