La lista de Borges

Por Alejo Santander.

Si un libro les aburre, déjenlo. No lo lean porque es famoso, no lo lean porque es moderno, no lo lean porque es antiguo. (…) Si un libro es tedioso para ustedes déjenlo, ese libro no ha sido escrito para ustedes. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad, dijo Jorge Luis Borges en 1978, sentado al centro de un set montado en la Biblioteca Nacional, frente a la cámara y los reflectores del director argentino Ricardo Wullicher que filmaba Borges para millones.

Para Borges la pregunta sobre “¿qué leer?” no era un tema menor. Lo decía de muchas formas y cada vez que tenía la oportunidad. “Que otros se enorgullezcan de lo que han escrito, yo me enorgullezco de lo que he leído”.

Quizás por eso a mediados de los ‘80, la editorial Hyspamerica le hizo una propuesta que no pudo rechazar: seleccionar 100 libros indispensables y escribir un prólogo para cada uno. Una biblioteca ideal, suya, la “Biblioteca Personal Jorge Luis Borges”.

Su muerte en 1986 hizo que esa “biblioteca de preferencias”, como él la llamó, quedara inconclusa. Son varios los libreros de usados de avenida Corrientes o Parque Rivadavia que dudan, no se ponen de acuerdo o simplemente no saben la cantidad de obras que llegaron a publicarse. Sin embargo, una nota de EL EDITOR en el volumen número 72 de la colección, Saga de Egil Skallagrimsson del islandés Snorri Sturluson, guarda la respuesta.

En la lista de Borges hay sólo seis escritores latinoamericanos, de los cuales cuatro son argentinos. Estos últimos, en orden de aparición: Julio Cortázar (Cuentos), Leopoldo Lugones (El imperio jesuítico), Manuel Mujica Lainez (Los ídolos) y Ezequiel Martínez Estrada (Obra poética). Una curiosidad: de los 66 escritores que aparecen en la lista de 75 obras (algunos volúmenes son dobles), los tres más jóvenes pertenecen al hemisferio sur de la biblioteca borgeana. Se trata de los mexicanos Juan José Arreola (nacido en 1918), Juan Rulfo (nacido en 1917), y Julio Cortázar (nacido en 1914). Del resto de la lista sólo el italiano Dino Buzatti, nacido en Belluno en 1906, es menor que el escritor de El Aleph.

Sobre Cortázar dijo Borges durante una charla con el periodista Antonio Carrizo en una entrevista televisiva en 1984 para Canal 11: “Los cuentos de él me han parecido excelentes, pero en cuanto a las novelas; yo no soy lector de novelas”. Los Cuentos de Julio Cortázar son el primero de los libros de la “Biblioteca Personal Jorge Luis Borges” y “Casa tomada”, el que abre la colección de Hyspamerica. Así prologó Borges los “Cuentos” de Cortázar Hacia mil novecientos cuarenta y tantos, yo era secretario de redacción de una revista literaria, más o menos secreta. Una tarde, una tarde como las otras, un muchacho muy alto, cuyos rasgos no puedo recobrar, me trajo un cuento manuscrito. Le dije que volviera a los diez días y que le daría mi parecer. Volvió a la semana. Le dije que su cuento me gustaba y que ya había sido entregado a la imprenta. Poco después, Julio Cortázar leyó en letras de molde “Casa Tomada” con dos ilustraciones a lápiz de Norah Borges. Pasaron los años y me confió una noche, en París, que ésa había sido su primera publicación. Me honra haber sido su instrumento. El tema de aquel cuento es la ocupación gradual de una casa por una invisible presencia. En ulteriores piezas Julio Cortázar lo retomaría de un modo más indirecto y por ende más eficaz.

Cuando Dante Gabriel Rossetti leyó la novela Cumbres Borrascosas le escribió a un amigo: «La acción transcurre en el infierno, pero los lugares, no sé por qué, tienen nombres ingleses». Algo análogo pasa con la obra de Cortázar. Los personajes de la fábula son deliberadamente triviales. Los rige una rutina de casuales amores y de casuales discordias. Se mueven entre cosas triviales: marcas de cigarrillo, vidrieras, mostradores, whisky, farmacias, aeropuertos y andenes. Se resignan a los periódicos y a la radio.

La topografía corresponde a Buenos Aires o a París y podemos creer al principio que se trata de meras crónicas. Poco a poco sentimos que no es así. Muy sutilmente el narrador nos ha atraído a su terrible mundo, en que la dicha es imposible. Es un mundo poroso, en el que se entretejen los seres; la conciencia de un hombre puede entrar en la de un animal o la de un animal en un hombre. También se juega con la materia de la que estamos hechos, el tiempo. En algunos relatos fluyen y se confunden dos series temporales.

El estilo no parece cuidado, pero cada palabra ha sido elegida. Nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido.

Una selección sin mujeres

Entre los 66 autores que Borges llegó a seleccionar no hay mujeres. Sin embargo no fueron pocas las escritoras con las que tuvo relación e incluso colaboró a lo largo de su vida. Acompañado por mujeres Borges fue parte de distintos proyectos creativos, como la Revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, encaró trabajos conjuntos con Alicia Jurado, María Esther Vázquez, o Mercedes Levinson.

De una serie de entrevistas radiales que a los 84 años Borges le concedió al periodista y profesor Osvaldo Ferrari, recopiladas en la serie de libros Diálogos (Sudamericana, 1985 a1992), surge una referencia suya a la que para él era la mejor escritora argentina contemporánea. Se trata de Silvina Ocampo, hermana de Victoria y esposa de su gran amigo, Adolfo Bioy Casares. Dice Borges: —Yo estuve en… creo que se llama Exaltación de la Cruz, y a mí me pidieron que nombrara al mejor escritor argentino contemporáneo, y cuando yo hablé de Silvina Ocampo, comprendí que ese nombre no significaba nada. Se quedaron oyendo, y después alguien supuso que era una equivocación, que yo había querido decir Victoria Ocampo y me había equivocado de nombre. Tuve que explicarle que no, pero, en fin, ese nombre parece que no ha adquirido el eco, la resonancia y el ámbito que merece.

En abril de 1986, apenas dos meses antes de su muerte, Borges publicaba en el diario El País de España un artículo titulado “La prosa de Silvina Ocampo”, que ese mismo año sería replicado por El Mercurio de Chile. Allí, entre otras cosas, decía: “De las palabras que podrían definirla, la más precisa, creo, es genial”. Y en el primer párrafo, describía: “Como el Dios del primer versículo de la Biblia, cada escritor crea un mundo. Esa creación, a diferencia de la divina, no es ex nihilo; surge de la memoria, del olvido que es parte de la memoria, de la literatura anterior, de los hábitos de un lenguaje y, esencialmente, de la imaginación y de la pasión. Kafka es creador de un orbe eleático de infinitas postergaciones; James Joyce, de un orbe de hechos ínfimos y de líneas espléndidas; Silvina Ocampo nos propone una realidad en la que conviven lo quimérico y lo casero, la crueldad minuciosa de los niños y la recatada ternura, la hamaca paraguaya de una quinta y la mitología.

Ayudado por la miopía gradual y ahora por la ceguera, vivo entre tentativas de soñar y de razonar; la mente de Silvina recorre con delicado rigor los cinco jardines del Adone, consagrado cada uno a un sentido. Le importan los colores, los matices, las formas, lo convexo, lo cóncavo, los metales, lo áspero, lo pulido, lo opaco, lo traslúcido, las piedras, las plantas, los animales, el sabor peculiar de cada hora y de cada estación, la música, la no menos misteriosa poesía y el peso de las almas, de que habla Hugo”.

Borges compara a Ocampo con Kafka y con Joyce, que sí estuvieron en su selección. A pesar de estas y otras declaraciones, la menor de las Ocampo no figura en su lista inconclusa.

El Borges lector

Yo no tengo ningún libro mío en casa. No, porque yo cuido mucho mi biblioteca. ¡Cómo voy a codearme yo con Conrad o con Platón! Sería ridículo.”. El que habla, de nuevo, es Borges. El pasaje es del libro de Blas Alberti Conversaciones de Alicia Moreau de Justo y Jorge Luis Borges (Ed. del mar dulce,1985).

En la frase se desdobla, como en “Borges y yo” (Emecé, 1960), el cuento donde el narrador habla de la existencia de dos Borges, uno público y uno íntimo, aunque en este mano a mano con Alberti es un Borges lector el que considera que el Borges escritor no está a la altura de su propia biblioteca. Y es que el Borges lector era implacable. Cada entrevista que le hicieron implicó un viaje a citas, obras y conceptos de otros. Es así que casi naturalmente, se volvió referente a partir de lo obvio, su escritura, pero también de lo que se ocupaba de hacer evidente, sus lecturas. Autores que traía a las charlas y que muchas veces, terminaban respondiendo por él a las preguntas.

No le temblaba la voz para decirle a quien se lo preguntara que no le gustaban Horacio Quiroga, Gabriela Mistral o Pablo Neruda. Pero tampoco le faltaban las palabras para hablar de los escritores que admiraba: Bernard Shaw, Whitman o Stevenson. Una de las pocas cosas que sabemos con certeza que comparten los protagonistas de “Borges y yo”,los dos Borges, el público y el privado, es el gusto por “la prosa de Stevenson”:

Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor”. (Fragmento, “Borges y yo”).

De la serie de entrevistas radiales con Osvaldo Ferrari, se rescata esta escena: —…Sí, creo que le conté que uno de los hechos más gratos de mi vida —que me ocurrió hace poco— fue cuando me crucé con un muchacho, en la calle, y él me dijo: “Quiero agradecerle algo, Borges”. “¿Qué?”, le pregunté yo, y él me dijo: “Usted me ha hecho conocer a Robert Louis Stevenson”. Y yo pensé: en ese caso, me siento justificado. No sé cómo se llama, no sé nada de él, además; porque aquello fue tan perfecto que para qué agregar nombres propios.

El Borges lector se vuelve interesante, incluso, a destiempo. Dos empleados de la Biblioteca Nacional, Germán Álvarez y Laura Rosato, pasaron catorce años recolectando los libros que, con anotaciones suyas, dejó mezclados entre los estantes del edificio de calle México, durante el tiempo que dirigió la institución, entre 1955 y 1973. Esa búsqueda se convirtió en un libro: Borges, libros y lecturas (Biblioteca Nacional, 2010). En todo caso tampoco es casual que desde el 2012 y tras la aprobación de la ley nacional 26.754, en Argentina, cada 24 de agosto, el día del cumpleaños de Jorge Luis Borges, se festeje el Día del Lector.

Un antecedente: La biblioteca de Babel

Antes de que Borges emprendiera el proyecto de su “Blioteca Personal”, que implicaba la elección de 100 títulos indispensables y la escritura de 100 prólogos inéditos, eligió libros y escribió introducciones para una colección breve. Se trata de “La biblioteca de Babel”, que contó con apenas 33 títulos.

Detrás de esa primera colección, que toma el nombre de un relato del propio Borges, publicado en Ficciones (1944), estuvo el editor italiano Franco María Ricci. Se conocieron a mediados de los ‘70, recuerda la mujer que los presentó, María Esther Vázquez, escritora, colaboradora y biógrafa de Borges.

Según Vázquez, Ricci llegó a Buenos Aires con el único propósito de conocer al Aleph, pero también con dos propuestas para hacerle: pedirle permiso para editar su cuento “El Congreso”, que había quedado fuera de sus Obras completas (Emecé, 1974) y pedirle que dirigiera una colección de literatura fantástica, “La biblioteca de Babel”. Borges aceptó las dos.

“La Biblioteca de Babel” fue publicada originalmente en italiano entre los años 1975 y 1981, con una versión reducida de apenas 6 títulos traducidos al castellano, editados en Buenos Aires por Librería La Ciudad / F.M. Ricci. Desde 1983 sería la editorial española Siruela la que publicaría los 33 volúmenes en español que incluirían, entre otros autores, a Meyrink, Papini o Melville. Todas las portadas llevan bajo sus encabezados la misma inscripción, la misma garantía para el lector, el mismo “gancho editorial” y el prestigio que buscaba Ricci para su selección: “Colección de libros fantásticos dirigida por Jorge Luis Borges”.

Los volúmenes de Siruela respetan tanto en la tapa como en las páginas interiores el diseño original de Ricci. También el tipo de papel y la encuadernación originales. Esa estética, la misma con la que se publicó en Francia, Turquía, Japón, Alemania y Portugal, es considerada de culto. La marca registrada del editor italiano, un homenaje suyo al impresor y tipógrafo Giambattista Bodoni (1749-1813).

    La “Biblioteca Personal Jorge Luis Borges”

    En el prólogo a la edición de 75 libros de Hyspamerica, Borges, anticipa: “No elegiré los títulos en función de mis hábitos literarios, de una determinada tradición, de una determinada escuela, de tal país o de tal época. Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer, dije alguna vez. No sé si soy un buen escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector”.

    Las obras son diversas en géneros y banderas. Si es por cantidad de escritores de una misma nación, encabezan la lista 15 británicos, entre ellos G.K. Chesterton, Wilkie Collins, H.G. Wells o Alexander Gunn. Les siguen ocho franceses, entre otros, André Gide, Gustave Flaubert o Marcel Schwob. La estadística es previsible en su biografía. Se crió en un hogar bilingüe en el que se hablaban el inglés y el castellano. En 1914, por la Primera Guerra Mundial, su familia quedó varada en Ginebra, Suiza, donde predominaba el francés. Son los idiomas de la mayoría de las obras de la lista. A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos. Los prólogos, de la colección “Biblioteca Personal Jorge Luis Borges” y también los que escribió para “La biblioteca de Babel”, fueron publicados por la editorial Alianza en dos tomos que recopilan esas introducciones.

    Es imposible no descubrir al Borges lector. No sólo a partir de los autores a los que citaba y a los que acudía, sino también, sin nombres propios. En un pasaje del documental de Wullicher Borges para millones (1978) se anima incluso a aconsejarles a hipotéticos lectores: “… que leyeran mucho. Que no se dejaran asustar por la reputación de los autores. Que leyeran buscando la felicidad personal. Un goce personal. Es el único modo de leer”. Inconclusa, la lista de Hyspamérica deja abierta la entrada a un nuevo laberinto borgeano. Ahora cualquiera podrá entrar en él y jugar, sin equivocarse, a pensar en los nombres que le faltaron a Borges. En los caminos que pudo haber tomado. En todo caso, sólo serán falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.

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