La muerte de Poirot

Es por muchos conocido el intento de Arthur Conan Doyle por darle muerte a su más afamada creación. En realidad la muerte sí ocurrió; fue en la novela “El problema final”, en donde Sherlock Holmes cayó al vacío en las cataratas de Reichenbach, en Suiza, mientras se trababa en encarnizada lucha con su archirival, el profesor Moriarty, quien también muere.

La reacción del público no se hizo esperar, y reclamó su vuelta a la vida con tal vehemencia que Conan Doyle, a regañadientes, no pudo más que resucitarlo.

La muerte que no es tan conocida, sin embargo, es la de otro famoso detective, el “pequeño cretino egocéntrico” Hercule Poirot, protagonista de varias de las más aclamadas novelas de Agatha Christie.

La autora ya había demostrado el cansancio por dicho personaje mucho tiempo antes de que la novela Telón” fuera publicada en el año 1975. Lo había hecho treinta años atrás y mantenido tal secreto sobre dicho manuscrito, que lo guardó en una caja fuerte de su propiedad, y no se lo comentó a nadie.

Agatha Christie no podía disimular cuánto aborrecía al personaje que le había encumbrado a la cima del éxito literario. En un ensayo llamado Por qué me harté de Poirot”, la autora británica aconsejaba a los jóvenes escritores de ficción detectivesca que tuvieran mucho cuidado con el personaje central que creasen, ya que “¡es posible que éste permanezca con ustedes durante mucho tiempo!”.

Como fuera, Agatha Christie se salió con la suya y no tuvo que devolverle la vida a su ilustre personaje. Sin embargo, Poirot ya se había consagrado como figura inmortal, y son pocos los que recuerdan su muerte, y muchos su arte deductivo en la resolución de los casos más emblemáticos del siglo veinte.

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