La taquígrafa de Dostoievski

Desde el blog La piedra de Sísifo.

En la primavera de 1880, en medio de lo que se sintió como un punto de inflexión política, se inauguró en Moscú un nuevo monumento dedicado al poeta ruso Alexander Pushkin. Las reformas de Alejandro II en la década de 1860 no habían sentado bien a los radicales. Lo más alarmante era que las mujeres habían comenzado a fumar cigarrillos, a cortarse el pelo, a leer a Feuerbach en lugar de novelas románticas y a rechazar el matrimonio. En la ceremonia de inauguración, Fiódor Dostoyevski pronunció un enérgico discurso en el que pedía a los rusos que consideraran las nuevas teorías del progreso social provenientes de Occidente.

Probablemente, el novelista ruso tenía en mente a su esposa, Anna Dostoyévskaya, que se había convertido en editora y distribuidora de sus libros, así como en la administradora de la economía familiar. En los primeros años de su matrimonio, Anna se vio obligada a practicar niveles sobrehumanos de altruismo y perdón. Vivió a merced de la adicción de su marido, que padecía de ludopatía, tambaleándose en la ruina financiera durante años. Incluso, en algunos momentos, se vio obligada a empeñar su propia ropa interior. Dostoyevski hizo poco para protegerla de su dominante familia, que trató de controlar sus bolsillos. De hecho, cuando Anna quiso irse de luna de miel a Alemania, el hijastro de su primer matrimonio se lo prohibió.

Anna tuvo que vivir en sus propias carnes escenas tan desgarradoras que parecían sacadas de alguna de las novelas de su esposo. La joven, desde luego, no estaba preparada para ese destino, sobre todo teniendo en cuenta que había crecido en una casa señorial en San Petersburgo, en una familia, como describiría más tarde, «sin peleas, dramas ni catástrofes».

Durante su juventud, Dostoyevski se había unido al Círculo Petrashevsky, una organización clandestina de hombres progresistas interesados en el socialismo utópico francés. Cuando se descubrió, el escritor fue condenado a cuatro años de trabajos forzados en Siberia, seguidos de cinco de servicio militar obligatorio. Al regresar a la capital rusa, estaba espiritual y políticamente transformado. Su experiencia en Siberia lo había convencido de que la intelectualidad radical no solo no entendía al pueblo ruso, sino que en muchos casos eran egoístas y despiadados. A pesar de ello, fue precisamente el espíritu radical de la época lo que le puso en contacto con su futura esposa.

Anna estaba ansiosa por forjar su propio camino en lugar de depender de un marido. Como muchas mujeres de su generación, decidió estudiar ciencias, para más tarde inscribirse en un curso de taquigrafía. En octubre de 1866, cuando Anna llegó a la casa de Dostoyevski para una entrevista, el autor se enfrentaba a la escritura de un libro con una fecha límite imposible y del que no había redactado nada, salvo algunas notas para la historia de un jugador ruso desenfrenado. La situación era tan terrible que un amigo le sugirió que buscara ayuda para escribir la historia.

Dostoyevski decidió contratar a una taquígrafa para acelerar el proceso, pero Anna aguantó ese trabajo a duras penas. Tras su primer día, recordaría más tarde que aquel hombre no le agradaba, que le hacía sentir deprimida. Por otra parte, no está claro qué atrajo a Dostoyevski de Anna. Tal vez fue su intensa devoción, o su capacidad para capear sus estados de ánimo, o el hecho de que ella era más de 24 años más joven que él, o probablemente todo. El caso es que con ella a su lado, pudieron acabar El jugador en un tiempo récord.

Tras el viaje de luna de miel a Alemania (Anna finalmente se salió con la suya), la adicción al juego de Dostoyevski se había vuelto tan peligrosa que no podían regresar a Rusia por miedo a que lo arrestaran y lo enviaran a la prisión por sus deudas. Curiosamente, lo que al final acabó con la adicción de Dostoyevski fue que una noche particularmente desastrosa en Wiesbaden, el escritor se angustió tanto que corrió por las calles en busca de un sacerdote y, para su horror, terminó frente a una sinagoga, lo que le demostró que los juegos de azar eran obra de alguna fuerza oscura.

Frente a esto, Anna decidió convertirse en la principal editora de Dostoyevski. Comenzó a imprimir su trabajo, previamente publicado de forma serializada, como libros independientes. Llegó a vender 3.000 copias de Los demonios en un año. Tanto éxito tuvo que Sofya Tolstaya, la esposa de León Tolstoi, buscó su consejo cuando decidió iniciar una operación similar. Fue en este contexto financiero más desahogado cuando Dostoyeski pudo entregarse a la escritura de la que se considera su gran obra maestra, Los hermanos Karamazov, un año antes de su muerte. En aquel momento Anna cumplía los 35 años de edad y nunca se volvería a casar. Dedicó prácticamente toda su vida a engrandecer la figura de Dostoyevski y sin ella es muy probable que la aportación del autor ruso más importante de la historia no fuera la que hoy en día conocemos.

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