La venganza en la literatura

Por Miguel A. Hernández

En esa especie particular de castigo, quien ha sido dañado y lleva a cabo la venganza es el único con derecho a decidir el momento y, sobre todo, su magnitud. Son sus reglas, las de nadie más.

La venganza es un tema presente en la literatura de todos los tiempos. Desde la mitología y las leyendas antiguas, pasando por los clásicos y hasta llegar a las actuales novelas negras y de suspenso, la venganza atrae, convoca y, en muchos casos, genera empatía con el vengador.

Hagamos un breve repaso, seguramente incompleto, sobre la venganza como tema central en obras literarias.

Némesis era la diosa griega de la venganza. En realidad, es más lógico asociarla con el castigo que con la venganza o, para ser exactos, con la administración de justicia (las diferencias entre castigo y venganza son claras, pero no son el tema de este escrito). Sin embargo, Némesis no siempre castigaba a un delincuente de inmediato; podía esperar generaciones para vengar un crimen. Fue acosada por Zeus y para escapar de él se transformó en oca, pero el incorregible Zeus se transformó en cisne, y fruto de esta unión, la diosa puso un huevo que fue recogido por unos pastores y entregado por ellos a Leda, que lo cuidó. Ésta es una de las versiones del origen de Helena de Troya, quien desataría la guerra más famosa de la mitología.

Las Erinias (o Euménides) eran personificaciones de la venganza, fuerzas primitivas del universo que existían desde antes que los grandes dioses del Olimpo. Surgieron de la sangre de Urano cuando fue castrado por Cronos y perseguían a aquellos que habían cometido ofensas contra la sociedad, la familia y la naturaleza. Su morada estaba en el Inframundo y visitaban la Tierra para castigar a los criminales vivos. Al ser divinidades primigenias, no respondían a la autoridad de ningún dios del Olimpo; por esa razón, ningún pedido a ningún dios por parte del criminal podía impedir que llevaran a cabo su labor.

En Medea, la tragedia de Eurípides, encontramos que Medea, esposa de Jasón, es repudiada por él, quien desea casarse con la hija de Creonte, rey de Corinto. Aunque el rey ordena el exilio de Medea, le concede un día de plazo, tiempo más que suficiente para que Medea ejecute su venganza contra Jasón, matando a la hija del rey, al mismo rey Creonte y, ya que estamos, a sus hijos. Parece como mucho, pero bueno, las reglas de la venganza las pone quien es dañado, como hemos señalado.

En Electra, la tragedia de Sófocles, Electra y su hermano Orestes vengan la muerte de su padre Agamenón, matando a Clitemnestra (madre de ambos y asesina de Agamenón) y Egisto (nuevo marido de la viuda).

La Biblia es una fuente inagotable de venganzas: desde el “ojo por ojo” en adelante, todo vale. El mismo Yahvé es experto en venganzas y hasta se jacta de ello: “Mía es la venganza y la retribución; a su tiempo su pie resbalará, porque el día de su aflicción está cercano, y lo que les está preparado se apresura” (Deuteronomio 32, 35). En otros pasajes, desata un combo venganza-castigo contra los egipcios y les manda las plagas; algo similar les espera a los habitantes de Sodoma y Gomorra. A veces les da permiso a los israelitas a vengarse, como cuando le dice a Moisés: “Haz la venganza de los hijos de Israel contra los madianitas; después serás reunido a tu pueblo.” (Números 31, 1-2). Hay que decir que en el Nuevo Testamento hay pasajes en los que se sugiere lo contrario, en este caso en boca de Jesús: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen” (Mateo 5, 44). En fin, hay de todo.

En la literatura clásica la venganza también se destaca: Hamlet, de William Shakespeare, es un compendio de venganza inducida; en Otelo, el resentimiento de Yago hacia Otelo por haber sido destituido genera una venganza que terminará con varios muertos (y esto no es spoiler, eh…).

El Conde de Montecristo es la más famosa y acabada novela sobre una venganza bien planeada y ejecutada. Edmund Dantés se venga con precisión y hasta con maestría de Fernand Mondego y de Villefort; quizá es algo blando con Mercedes (grrr) y nos queda la idea de que Danglars merecía algo más de daño. Pero bueno, solo Dantés tiene derecho a cuantificar su venganza.

En Moby Dick, (Herman Melville) el capitán Ahab vive desencajado hasta vengarse del cachalote albino que le hizo perder su pierna; en Amistades Peligrosas (Pierre Choderlos de Laclos), novela epistolar, la venganza está más relacionada con asuntos de alcoba; en Crónica de una muerte anunciada (Gabriel García Márquez), los hermanos Vicario buscan a Santiago (y lo encuentran) para vengar a su hermana Ángela (vengar es un decir, en este caso) y salvar su honra (la de Ángela); lo de siempre, digamos.

El Padrino, gloriosa novela de Mario Puzo, es un tratado de ataques y venganzas guiadas por la sangre, la ambición y los códigos mafiosos;

Los hombres que no amaban a las mujeres (Stieg Larsson) muestra a su protagonista, Lisbeth Salander, vengándose de manera más que elaborada de quien la chantajeó y vejó; en Escupiré sobre tu tumba, de Boris Vian, Lee venga la muerte de su hermano a manos de un grupo de racistas; El último encuentro, de Sandor Marai, nos muestra una venganza dialéctica en forma de un pase de facturas severo y doloroso de quien se considera traicionado por su amigo de toda la vida; en El vino de la soledad (Irene Nemirovsky), Elena se venga de su madre atrayendo a su amante (al de la madre).

El psicoanalista (John Katzenbach) despliega una retorcidísima trama de venganza, inesperada e inusitada, llevada a cabo a través del juego del gato y el ratón, aunque las cosas se darán vuelta por completo; en El chino (Henning Mankell), una trágica venganza se extiende a todo un pueblo después de muchísimo tiempo. En El poder del perro, El Cártel y La Frontera, maravillosa trilogía de Don Winslow sobre el narcotráfico y las guerras de las drogas en México, las venganzas van y vienen entre los cárteles y las familias, trascendiendo las fronteras y las generaciones; ningún crimen (y hay cientos) quedará sin ser vengado por alguien. En La Esquina del Final (M. Hernández), historias cruzadas muestran cómo la venganza puede ejercerse aún después de la propia muerte; en Casa de verano con piscina, de Herman Koch, un médico usa su profesión como herramienta para vengarse de una manera más que solapada de un tipo que le ha hecho daño a su hija.

En Carrie, de Stephen King, la protagonista se venga de… todos, bah. No queda títere sin cabeza. Eso les pasa por hacerle bullying. En Los rebeldes de Filadelfia, de David Liss, una joven viuda y un buscavidas se unen sin quererse mucho para vengarse de los matones de siempre y hasta de las autoridades del gobierno. En Perdida (Gillian Flynn) una mujer se venga de las infidelidades de su marido atrapándolo de la manera más perversa; en Cáscara de nuez (Ian McEwan), el vengador es… un niño en el vientre de su madre, aún sin nacer, que se venga de su madre adúltera que ha asesinado a su padre (al del niño). Ya desde la panza de su mamá el niñito sabe cómo complicarle la vida a quien se lo merece.

Arthur Conan Doyle utiliza la venganza como motor en dos de sus novelas cortas: Estudio en escarlata y El valle del terror, en las que Sherlock Holmes enfrenta, como siempre, casos retorcidos que parecen imposibles de resolver. Pero los resuelve.

Finalmente, uno de los que más ha desarrollado la temática de la venganza en sus novelas es el francés Pierre Lemaitre. Con Vestido de novia, otro juego de gato y ratón que se invierte; Alex, una magistral novela cuya venganza es absolutamente perfecta y culmina más allá de la muerte; Nos vemos allá arriba, en la que un hijo se venga de su padre y de lo que el mismo representa; Los colores del incendio, en la que una mujer que pierde su fortuna y su posición se venga de aquellos que han sido responsables de ello.

Seguramente faltan muchos ejemplos y cada uno podrá agregar los suyos. Porque la venganza, esa pariente cercana a la justicia que logra vencer al olvido, merece el lugar que tiene (y tiene el lugar que merece, también) en la literatura de todas las épocas.

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