Desde el blog La piedra de Sísifo.
Steinbeck dijo en una ocasión: «La profesión de escribir hace que las carreras de caballos parezcan un negocio sólido y estable». No hay duda de que la escritura tiene mucho de apuesta e incluso los autores más grandes tienen dudas sobre si lo que escriben será una apuesta ganadora. Sin embargo, a lo largo de la historia de la literatura, algunos autores han descubierto que aumentar esa incertidumbre era justo lo que necesitaban para hacer fluir la creatividad.
Algunos de los escritores más grandes, como Dostoievski, Hemingway o Agatha Christie, compusieron obras como resultado de una apuesta. Desde historias de tan solo seis palabras a cientos de páginas. Toda una lección para escritores que están desmotivados o que sufren bloqueos creativos: la motivación extra se puede encontrar donde menos lo esperas, y a veces un simple desafío puede ser suficiente para que se activen los resortes creativos.
Frankenstein de Mary Shelley (1818)
Del nacimiento de Frankenstein hemos hablado ya en La piedra de Sísifo. La idea de la novela cobró vida en un infausto día de verano de 1816, como consecuencia de una apuesta. Con los relámpagos de fondo, a la luz de las velas, Mary Shelley se encontraba en Villa Diodati, cerca del Lago Leman, cuando Lord Byron sugirió a los presentes que escribieran historias de fantasmas aterradoras. Lo que inicialmente nació como el pasatiempo de unas horas se convirtió en uno de los clásicos románticos y góticos por excelencia, como resultado del ambiente y de las discusiones de esa noche. Frankenstein fue publicado un año después.
Precaución de James Fenimore Cooper (1820)
En el caso de James Fenimore Cooper, conocido sobre todo por El último mohicano, una apuesta no solo le llevó a escribir una obra sino que fue el inicio de su carrera literaria. ¿Cuál sería la mejor forma de motivar a alguien para encontrar trabajo? ¡Retarlo a escribir un libro! En 1820, Cooper le leía a su esposa una novela inglesa en voz alta, pero al encontrarla aburrida, la dejó a un lado y declaró: «Yo podría escribir un libro mejor». La esposa de Cooper, Susan, lo desafió a que hiciera precisamente eso. El resultado fue la primera de las muchas novelas de Cooper: Precaución. Escrita imitando a otras novelas, la acogida que tuvo Precaución fue tan buena que Cooper se dio cuenta del potencial que tenía como escritor.
El jugador de Fiódor Dostoyevski (1866)
El escritor ruso se encontraba, como de costumbre, endeudado hasta las cejas a causa de su obsesión por los juegos de azar. Stellovski, su editor, le exigía, según contrato firmado tiempo atrás, la entrega inmediata de una novela de la que Dostoievski no había escrito ni una sola línea. Como el autor había recibido dinero por anticipado, tenía de plazo unos pocos meses, hasta el 1 de noviembre, para entregarle la novela a Stellovski o este se quedaría con los derechos de autor de todas sus obras. Así fue como Dostoievski escribió El jugador en un tiempo récord, una semana, con la ayuda de una taquígrafa muy especial, Anna Grigórievna, que más tarde se convertiría en su esposa.
El misterioso caso de Styles de Agatha Christie (1920)
Al igual que Cooper, Agatha Christie también inició su carrera literaria gracias a una apuesta. En concreto tenemos que agradecérselo a la hermana de la escritora, Madge. Fue ella quien retó a Christie diciéndole que no sería capaz de escribir una novela en la que el lector no pudiera descubrir al asesino a pesar de que se le proporcionaran las mismas pistas que manejaría el detective. La autora comenzó a escribir la novela mientras trabaja como voluntaria en el hospital de Torquay, durante la Primera Guerra Mundial. Trabajar ahí le dio a la escritura una gran fuente de conocimientos sobre diversos venenos, lo que lo convertiría en el arma homicida ‒concretamente estricnina‒. Christie todavía tuvo que pasar por un momento muy duro para todo escritor antes de ver publicada su novela: ser rechazada hasta por seis editoriales.
Más allá del Planeta Silencioso de C.S. Lewis (1938)
Se dice que uno de los episodios de la icónica amistad entre J.R.R. Tolkien y C.S. Lewis fue una apuesta en la que intentarían escribir en un nuevo género. Lanzando una moneda, decidieron que Lewis escribiera una historia de viajes espaciales y Tolkien una de viajes en el tiempo. Lewis tuvo éxito en su intento, creando su Trilogía Cósmica, formada por las novelas Más allá del Planeta Silencioso, Perelandra, y Esa horrible fortaleza. Tolkien, por su parte, se dio por rendido, dejando a Lewis como ganador de la apuesta.
Huevos verdes con jamón de Dr. Seuss (1960)
De Huevos verdes con jamón de Dr. Seuss también hemos hablado ya en La piedra de Sísifo. «Le apuesto 50 dólares a que no puede escribir un libro con solo 50 palabras», le dijo en una ocasión el editor de Dr. Seuss, Bennett Cerf, al escritor. El resto es historia. Cerf quizá no sospechaba que desafiar a uno de los escritores más diestros con el lenguaje de la historia de la literatura era una apuesta perdida. Como era de esperar, Dr. Seuss ganó la apuesta: así nació Huevos verdes con jamón, que hizo que el autor fuera 50 dólares más rico, o tal vez un poco más, teniendo en cuenta que según Publishers Weekly es el cuarto libro para niños en inglés que más se ha vendido de todos los tiempos.
Devoradores de cadáveres de Michael Crichton (1976)
Esta novela de Michael Crichton de 1976 se plantea un posible origen histórico del mito de Beowulf. Crichton atribuye la obra al cronista árabe Ibn Fadlan, que protagoniza el relato y la vez es narrador de los sucesos. También se especula sobre la supervivencia del Hombre de Neanderthal y su convivencia con el humano moderno hasta periodos recientes. El origen de esta novela es una apuesta que Crichton hizo con un amigo sobre si podía hacer una historia entretenida sobre Beowulf. Todo parece indicar que Crichton ganó la apuesta.
Herederos de las estrellas de James P. Hogan (1977)
Una vez más, el comienzo de una carrera literaria se origina en una apuesta. James P. Hogan, que antes de ser escritor se dedicaba a vender ordenadores, estaba en la oficina discutiendo con sus compañeros sobre una película que acaba de ver, 2001: Una odisea del espacio. Ante la opinión de Hogan de que el libro tenía un final confuso y pesado, se apostó cinco libras con sus compañeros de que era capaz de escribir un libro de ciencia ficción. El resultado fue Herederos de las estrellas, que fue publicado en mayo de 1977. Más tarde, Hogan le preguntaría a Arthur C. Clarke sobre el significado del final de 2001, a lo que Clarke supuestamente respondió que, si bien el final de Herederos de las estrellas tenía más sentido, el final de 2001 generó más dinero.