Lo que también dejamos

La muerte de la poetisa Laura Yasán en junio de este año me hizo reflexionar una vez más acerca de lo que dejamos luego de nuestro paso por esta vida.

Y es que se confirma como una ilusión el hecho de que podemos controlar todo lo que no está a nuestro alcance. ¿Quién decidirá sobre nuestros escritos no publicados, sobre nuestras bibliotecas, sobre nuestros blogs, sobre nuestras cuentas en las redes sociales, y sobre tantos otros deseos que el tiempo se habrá encargado de impedir? Porque es factible que nuestra última voluntad no sea cumplida, o que lo sea a medias, aunque hayamos dejado una clara voluntad respecto de ciertos temas.

La Historia es pródiga en ejemplos. Max Brod no cumplió con la voluntad de su amigo Franz Kafka de quemar sus obras no publicadas, así como tampoco fue cumplido el deseo de Ovidio de destruir los manuscritos de La Eneida por parte de sus amigos Vario y Plocio. Tampoco fue cumplida la voluntad de Borges de que ninguna calle llevara su nombre, o el de Dickens de que no se construyera monumento alguno en su honor.

Esta reflexión, que es válida para cualquier mortal, suele ser relevante para quienes cultivan algún arte. La necesidad de trascendencia que el artista imprime en sus obras lo responsabiliza en mayor medida de quien sólo lega bienes.

Aunque tal vez debamos dejarnos abandonar hacia la incertidumbre, y dejar a la vida la decisión de lo que está fuera de nuestro alcance, para que tengan sentido palabras como las que dijo alguna vez Fernando Pessoa: No tengo preferencias para cuando no pueda sentir preferencias.

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