Muchas veces la Literatura se cuela en otras vertientes del arte. El caso de las menciones a ella en infinidad de películas es manifiesto. Sin embargo, no muchos saben que el origen del título de la famosa película del año 1943 dirigida por Sam Wood Por quien doblan las campanas, y que se basa en la novela de Ernest Hemingway del mismo nombre, se debe a una reflexión de John Donne, la famosa Meditación 17, que dejo a continuación en su versión completa, y no la mutilada que suele aparecer por doquier.
Acaso, que para quien esta campana que suena puede ser tan mala, como que no sabe que suena para él, y tal vez me puedo creer a mí mismo mucho mejor de lo que soy, ya que los que están a mi alrededor y ven mi estado, pueden haber causado que sonara para mí, y yo no lo sabía. La Iglesia es católica, universal, también lo son todas sus acciones, todo lo que ella hace es de todos. Cuando se bautiza a un niño, la acción me preocupa, porque ese niño está así conectado a ese cuerpo que es mi cabeza también, e injertado en ese cuerpo del cual yo soy miembro. Y cuando se entierra a un hombre, la acción me preocupa; la humanidad es de un autor, y es un volumen, cuando un hombre muere, un capítulo no se arranca del libro, pero se tradujo en un mejor lenguaje, y cada capítulo debe ser traducido así: Dios emplea a varios traductores; algunas piezas son traducidas por la edad, otras por enfermedad, otras por la guerra, otras por la justicia, pero la mano de Dios está en todas las traducciones, y su mano vinculará a todas nuestras hojas dispersas de nuevo para esa biblioteca donde todos los libros se encuentran abiertos el uno al otro. Por tanto, la campana que suena a un sermón no exhorta sólo al predicador, pero sobre todo a la congregación que ha de venir, por lo que esta campana nos llama, pero ¿cuánto más yo, que soy llevado tan cerca de la puerta por esta enfermedad?
Hubo una disputa en cuanto a una demanda (en el que se mezclaban tanto la piedad y dignidad, la religión y la estimación), ¿cuál de las órdenes religiosas deben llamar a la oración primera de la mañana? Y se determinó, que deben sonar primero las campanas de la que se levantó más temprano. Si entendemos correctamente la dignidad de esta campana que suena para nuestra oración de la tarde, se espera que sea nuestro por levantarse temprano, en esa disciplina, que podría ser la nuestra, así como la suya, que de hecho lo es. La campana sonó para aquel que fue, y aunque intermitente suena de nuevo, sin embargo, a partir de ese momento que esta ocasión obró sobre él, que está unida a Dios. ¿Quién no echa un vistazo al sol cuando se levanta? ¿Quién le quita el ojo a un cometa que aparece? ¿Quién no presta oído a ninguna campana que suena en cualquier ocasión? Pero ¿quién puede eliminarlo de la campana que está pasando un pedazo de sí mismo fuera de este mundo?
Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo, cada hombre es un pedazo del continente, una parte principal. Si un terrón de tierra es arrastrado por el mar, toda Europa queda disminuida, así como si fuera un promontorio, así como la casa de tu amigo o la tuya propia: la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy parte de la humanidad, y por lo tanto nunca preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti.
Tampoco podemos llamamos una mendicidad de la miseria, o bien una necesidad de la miseria, como si no estábamos lo suficientemente miserables de nosotros mismos, sino que debemos buscar en más de la casa de al lado, al tomar sobre nosotros el sufrimiento de nuestros vecinos. En verdad se trataría de una codicia excusable si lo hiciéramos, porque la aflicción es un tesoro, y escaso alguno tiene bastante de él. Ningún hombre tiene aflicción suficiente que no está maduro y madurado por el mismo, y se ajuste a Dios por esa aflicción. Si un hombre lleva tesoro en lingotes o en un lingote de oro, y no posee ninguno acuñado en dinero actual, su tesoro no le sufraga mientras viaja. La Tribulación es el tesoro de la naturaleza de la misma, pero no es moneda corriente en el uso de la misma, salvo que obtenemos cada vez más cerca nuestra casa, el cielo, por el mismo. Otro hombre puede estar enfermo también, y enfermo de muerte, y esta afección puede estar en sus entrañas, como el oro en una mina, y ser de ninguna utilidad para él, pero esta campana, que me dice de su aflicción, se esfuerza por salir y se aplica ese oro para mí: si por esta consideración del peligro de otro tomo la mía propia en la contemplación, y así asegurar a mí mismo, por lo que recurro a mi Dios, que es nuestra única seguridad.