Mi primer amado

¡Señor, yo te bendigo, porque tengo esperanza!

Muy pronto mis tinieblas se enjoyarán de luz…

Hay un presentimiento de sol en lontananza;

¡me punzan mucho menos los clavos de mi cruz!

Mi frente, ayer marchita y obscura, se levanta

hoy, aguardando el místico beso del Ideal.

Mi corazón es nido celeste, donde canta

el ruiseñor de Alfeo su canción de cristal.

Dudé -¿por qué negarlo?-, y en las olas me hundía,

como Pedro, a medida que más hondo dudé.

Pero tú me tendiste la diestra, y sonreía

tu boca murmurando: “¡Hombre de poca fe!”

¡Qué mengua! Desconfiaba de tí, como si fuese

algo imposible el alma que espera en el Señor;

como si quien demanda luz y amor, no pudiese

recibirlos del Padre: fuente de luz y amor.

Mas hoy, Señor, me humillo, y en sus crisoles fragua

una fe de diamante mi excelsa voluntad.

La arena me dio flores, la roca me dio agua,

me dio el simún frescura, y el tiempo eternidad.

Yo era un adolescente cuando versos como éste enamoraban mi alma. En términos sentimentales podría decirse que Amado Nervo fue mi primer amado. Leí con avidez toda su obra; libro a libro me regocijé en la profundidad de su contenido, en la música de su rima, en el espíritu de sus palabras…

Amado Nervo fue el primer poeta que seguí con veneración. Y esa huella abrió el camino para la avalancha poética que vendría después. Nunca antes de él pensé que la Poesía pudiera conmoverme de tal modo. Después vendrían las lecturas de otros modernistas como Gutiérrez Nájera o Rubén Darío, que hicieron de la lírica un verdadero y casi secreto placer.

Retrospectivamente, hoy toda su obra me resulta apenas interesante, pero todavía siento un inmenso cariño por la candidez sus versos, lamentablemente anacrónicos para el mundo que nos rodea.

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