Pocos días atrás se conoció en mi país la noticia que informaba acerca de algunas personas que habían propuesto la quema de libros de ciertas personas opositoras al actual gobierno, así como de librerías que habían decidido no vender los ejemplares de las memorias escritas -encargadas- por el ex presidente Mauricio Macri.
Entiendo, aunque no comparto, que algunos hayan decidido ideologizar su modelo de negocios y, por lo tanto, no vender ciertos títulos. Pero lo que de ningún modo debe ser pasado por alto es la voluntad piromaníaca hacia ellos, por la connotación moral que significa.
Algo así no puede ser pasado por alto en un blog como éste. Y no es que coincida ideológicamente con Macri, sino porque una noticia de tal magnitud de ninguna manera puede ser obviada.
Ya el poeta Heinrich Heine dijo hace mucho tiempo que en donde se quemaban libros se terminaba por quemar personas. Y tenía razón, ya que la Historia confirmaría sus palabras. Los ejemplos, lamentablemente, son demasiados, y han quedado debidamente registrados en obras tales como la “Historia Universal de la destrucción de los libros” de Fernando Báez, que aprovecho a recomendar.
En nuestros país, la Revolución Libertadora hizo quemar “La razón de mi vida” de Eva Perón, en 1955, y durante la última dictadura militar también se ordenó que se quemaran ciertos ejemplares que supuestamente ofendían al ser nacional. Pero la intolerancia no es exclusiva de quienes pregonan un pensamiento de derecha, como ha ocurrido en estos días.
Argentina siempre ha sido el mundo del revés, pero ahora parece serlo más que nunca: informadores que desinforman, economistas que promueven desinversiones, sindicalistas que defienden los beneficios de las empresas, médicos que proponen el asesinato de bebés no nacidos, editoriales que invitan a quemar libros…
Me parece sano que las desavenencias, del tipo que sean, se debatan racionalmente. Exacerbar las pasiones resulta un despropósito, y siempre terminamos por arrepentirnos de ello. A quien le guste un libro, lo lee y lo recomienda, y a quien no, lo deja pasar. Así de sencillas son las conductas en un país que alcanzó la madurez cívica. Pero parece ser que aquí para eso todavía falta.