Por Juan Cruz.
“Amor mío: Estoy en Buenos Aires esperando el avión que debe llevarme a Chile”. En la página 151, de más de 1.200, Albert Camus le confiesa por enésima vez su amor (un amor explosivo, imperioso, apasionado) a María Casares, la actriz de origen gallego a la que el desenlace de la guerra civil española (ella era hija de Santiago Casares Quiroga, que fue presidente de la República) la llevó al exilio en Francia.
Ella estaba en París, casi cada día se escribían, desde donde fuera, y en esa ocasión desarrollaba el autor de El revés y el derecho (al que se debe el título de esta sección de Clarín) un viaje desigual a América Latina, impulsado por la dirección cultural de su país.
Francia mandó a Camus a propagar por el Cono Sur la potencia cultural de la principal capital europea de la posguerra y él ya había ido a Brasil. Estaba en Buenos Aires para pronunciar una conferencia que le fue censurada, y que por tanto no llegó a impartir, y se hallaba locamente enamorado como desde la primera vez que se encontró con la impresionante actriz española. Su próximo destino era Chile, pero su alma, más que el viaje, era lo que lo mantenía ante el papel donde expresaba su momento vital, su ansia por reencontrarse con la mujer de su vida, que lo fue hasta su muerte.
Busqué en esas cartas alguna fisura en el amor; la hubo, duró cuatro años, desde 1944, cuando se encontraron porque él decidió regresar con su mujer, hasta que se produjo el reencuentro casual en el Bulevar Saint Michel de París y ya no cesó, nunca, ese intercambio amoroso, por carta, en persona. Las cartas (publicadas hace un año por la editorial Debate) son un testimonio impresionante, igual de explosivo que el amor que cuentan, y leerlas es entrar en dos vidas que, en la escritura, poco a poco se van mimetizando hasta que Albert y María terminan pareciéndose tanto en el humor que exhiben (y en el mal humor) como en el estilo que dominan.
Como estas crónicas que escribo tienen sobre todo en Argentina, y en Buenos Aires, sus principales destinatarios, esperé pacientemente (151 páginas) hasta que se produjera la impresión o el intercambio que correspondiera a esa parte del viaje sudamericano de Camus. Le di muchos repasos a esas partes del libro que comprende esa correspondencia, hasta que comprobé cuán escueta fue la inspiración que produjo en el autor de La peste esa relación con la capital mejor escrita de la lengua española.
Lo que le dice aquel 14 de agosto de 1949 Albert Camus, exasperado por las ansias de aquel amor sin noticias, a María Casares es exactamente esto: “Amor mío: Estoy en Buenos Aires esperando el avión que debe llevarme a Chile. Espero ese avión con impaciencia aunque me aleje aún más de ti. Pero tengo la esperanza de encontrar por fin cartas tuyas en Santiago. Llevo once días sin noticias. No sé qué ocurre. Tengo la sospecha de que algo ha sucedido durante el envío. Porque no puedo o no quiero imaginar que hayas estado todo este tiempo sin escribirme. Ayer estuve aquí con la mujer de Rafael Alberti [la también escritora María Teresa León] (a él lo veo esta mañana). Me dijo que había recibido una carta tuya, hace cuatro días. No me atreví a preguntarle nada más y me moría de ganas. ¡Ella te lee y yo llevo ocho días resecándome!”
“De verdad”, prosigue el enamorado, “que estoy deseando que se acabe [el viaje]. Es todo una pérdida de tiempo, puesto que es tiempo perdido para nosotros. Este es mi programa. Esta noche en Santiago, hasta el jueves. Viernes y sábado, Montevideo. Domingo, Río, donde me quedaré dos semanas (dos conferencias). Así que me iré hacia el 27. Pero, si puedo, intentaré coger el avión del 25”.
La ansiedad no es sólo la que le hace ignorar Buenos Aires, o no tan solo, sino el desencuentro, al que no alude en su única carta a su amada desde Argentina, que dieron con las autoridades que lo recibieron con un boleto de censura que no pudo soportar.
Su conferencia iba a versar sobre la libertad de expresión, pero quienes mandaban en el más importante país del Cono Sur no podían soportar ese desafío. Pasó unos días en casa de Victoria Ocampo, con la que tuvo otros momentos de encuentro, en Nueva York, en París, pero su presencia bonaerense fue dinamitada, desde el punto de vista del esparcimiento o de los encuentros literarios, por una circunstancia que ensombreció el humor de su carta, que termina así, como si estuviera a punto de caerse adrede de un puente sin rescate: “¿Encontraré un poco de ti en Santiago? Esa esperanza tengo, eso espero, de no ser así… Te beso desesperadamente, querido amor mío. Escribe, te lo ruego”.
Es la expresión más desesperada, o de las más desesperadas, de este amor nerudiano, aquel de Veinte poemas de amor…, que ya no tuvo fin y que concluyó abruptamente, cuando, en el primer día de 1960 lo mató un accidente de tráfico mientras regresaba a París desde el sur de Francia.
Un día antes le había hecho varios anuncios, siempre por carta: “Así que no tengo ya razón para privarme de tu risa, ni de nuestras veladas, ni de mi patria”. “Hasta el martes, que volveré a comenzar”. Como si el amor convocara presagios, esas frases han sido luego no sólo como el final metafórico de un amor sin imposibles, sino la premonición de un abrazo que viviría más allá de la muerte, convocado por cartas que ahora llaman al escalofrío y a la admiración por tanto amor marcado a fuego por dos almas que, por otra parte, tuvieron más amores que no rompieron este.
Fue un amor explosivo, pleno, expresado en la realidad de una correspondencia torrencial, comprendido en un libro de 1.230 páginas (Albert Camus/ María Casares, Correspondencia 1944-1959, Debate), es ahora una adaptación teatral (Casares-Camus: una historia de amor) dirigida por Mario Gas (acaso el más importante actor y creador de escenarios del teatro español) y representada por Rosa Renom (la compiladora de las cartas también) y Jordi Boixaderas… Es la historia sentimental más, ¿y mejor?, escrita del siglo XX, vivida justo cuando la guerra mundial sonaba a su alrededor como la amenaza que puso en peligro Europa.
Me dijo Mario Gas, sobre esta relación: “Lo que me parece maravilloso de esta historia es la inevitabilidad del encuentro, de la pasión, la inevitabilidad del amor. Una unión a prueba de bombas: se necesitan, se buscan, se desean, pueden pasar por momentos oscuros de reproche, pero están ahí. Tienen una relación por encima de todo. Se escriben hasta tres cartas al día. Un amor inquebrantable y fantástico. Las cosas fantásticas en la vida muchas veces se deben al milagro o al azar. Pero no solamente es una pasión que salta a todas luces, que es brutal y primaria. Cada uno es necesario al otro, y en ese mundo de barbarie construyen realmente un lugar de amor. Cuando ellos hacen por primera vez el amor… El día en que Europa se está deshaciendo, en que se produce ese avance de las tropas aliadas y se está produciendo una masacre absoluta, al término de la cual logran meter un puente de playa para avanzar hacia el continente, estos dos seres están ahí sublimando la historia humana, haciendo el amor…”.
Leer este libro, verlo representado, es tocar la más emocionante vena de amor que hayan representado nunca dos actores que, además, eran personas esperándose hasta que un desenlace fatal, un accidente, convirtió en mito o en leyenda lo que ambos quisieron esperándose.