Todos alguna vez hemos prestado libros que no nos han devuelto. También es justo decir que no debe haber excepción al hecho de que también hemos recibido libros que nunca regresamos a sus dueños.
Seguramente en este último caso la memoria suele enflaquecer hasta poder llegar al extremo de negar la existencia de cierto título. Pero sin duda todos recordamos aquél volumen que hace bastante tiempo ya ha desaparecido de nuestra biblioteca.
Como ejemplo de mi experiencia personal puedo mencionar el tercero y último de los tomos de las obras completas de Khalil Gibran, cuyo conjunto ha quedado, lógicamente, mutilado.
Otro caso fue el de una biografía de Alexandra David Neel, y una acerca de Mahatma Gandhi.
Pero la pérdida más sensible que más recuerdo es el de “Viaje a Ixtlán”, mi libro preferido de Castaneda. Se lo presté a una novia que tuve allá por el año 2001, y nuestro repentino distanciamiento me impidió recuperarlo. Por algún motivo nunca compré otra edición, y ese título sigue escapándoseme a una segunda lectura.