Pocos días atrás volví a leer Walden, de Henry David Thoreau, y lo he vuelto a disfrutar. Menciono lo anterior ya que es sabido que muchas veces las segundas lecturas modifican nuestra percepción del recuerdo que tenemos de la primera de ellas.
Poco tiempo antes había leído “La desobediencia civil”, del mismo autor, y su estilo llano y sin pretensiones hizo que derivara hacia aquél otro libro que ideó en su etapa de voluntario aislamiento social.
En “Walden” relata sus experiencias viviendo en un bosque por más de un año, prácticamente alejado de todo contacto humano, a orillas del lago que le da nombre al libro.
Son las reflexiones de un hombre moralmente sano, de principios firmes e inclaudicables, que en algún momento de su vida prefirió no pagar los impuestos para evitar ser cómplice de un Estado que le hiciera la guerra a México, o que siguiera solventando la esclavitud en los Estados del Sur.
Thoreau se convirtió, con el transcurso de los años, en modelo a seguir por muchas personas y organizaciones de protesta. Incluso el mismo Mahatma Gandhi se inspiró en él cuando llevó adelante su revolución pacífica.
Es imposible no estar de acuerdo con sus pensamientos, así como es imposible no recordar con aprecio el párrafo que lo define en toda su calidad humana:
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido”.