Desde el blog La piedra de Sísifo.
En medio de una inmensa polémica sobre censuras y prohibiciones de libros en bibliotecas escolares de Estados Unidos, mucho se está hablando últimamente sobre libros adecuados desde un punto de vista educativo. Para justificar determinadas decisiones, se parte de la base de que los jóvenes que lean ciertos libros quedarán traumatizados, radicalizados o moralmente pervertidos. Frente a este punto de vista, hay quien aboga en este debate por la libertad de expresión absoluta. Sin embargo, aunque lo más razonable parezca que sea inclinar la balanza del lado de la libertad, ambas posturas flaquean a la hora de mostrar evidencias reales de qué ocurre cuando los jóvenes leen literatura prohibida. Ante esta falta de pruebas, los profesores Gay Ivey y Peter Johnston, de las universidades de Carolina del Norte y de Albany respectivamente, decidieron analizar las consecuencias en los adolescentes de una lectura sin restricciones. Los resultados se publicaron en un libro que tiene el revelador título de Adolescentes que eligen leer: fomentando el crecimiento social, emocional e intelectual a través de los libros.
Todo comenzó cuando varios profesores, más preocupados por el desinterés de sus alumnos por la lectura que por lo que leyeran en sí, decidieron que dejarían vía libre para que accedieran a cualquier libro y posteriormente hablarían abiertamente de ellos. Una gran parte de ellos eligieron libros cuestionados o directamente prohibidos. Aplicaron esta consigna durante dos cursos y a continuación hicieron un seguimiento de esos estudiantes dos años más, hasta que llegaron a secundaria. Realizaron más de trescientas entrevistas y pasaron muchas horas observando las interacciones en el aula.
Lo primero que notaron los profesores es que la mayor parte de los estudiantes que dijeron leer poco o nada comenzaron a leer como locos, tanto dentro como fuera de la escuela. Esto, que ya podría ser suficiente motivación para animar a los profesores a permitir toda clase de lecturas en sus aulas, no es nada en comparación con lo que muchos alumnos afirmaron. Según explicaron, leer ese tipo de libros les ayudó a ser más empáticos y más propensos a buscar múltiples puntos de vista. También a ser más fuertes y más felices, mejorando el autocontrol y afianzando las relaciones de amistad y familiares.
Para que estos cambios pudieran llevarse a cabo fueron fundamentales las conversaciones sobre esos libros con compañeros, profesores y familiares, que aportaron otras perspectivas sobre esos pasajes provocativos o confusos. Muchos padres, también entrevistados, agradecieron las oportunidades para conversar a raíz de esos libros en temas tan conflictivos como las drogas, el sexo o la depresión. Nada más lejos de la imagen que los defensores de las prohibiciones intentan vender de jóvenes leyendo libros peligrosos solos, en secreto y angustiados.
Los jóvenes entendían las decisiones cuestionables de los personajes como una enseñanza, no como un modelo a imitar, viendo las consecuencias de determinadas decisiones. A través de personajes de ficción se pudo profundizar en el pensamiento moral de los propios estudiantes, al tiempo que permitían disminuir las preocupaciones personajes que en otras circunstancias les habrían abrumado. Las escenas inquietantes alimentaron conversaciones profundas y más importantes sobre la vida y las relaciones.
Lo que demostró este estudio es que leer y hablar sobre libros significativos, dejando a un lado las preocupaciones sobre si son adecuados o no desde un punto de vista educativo, permite ajustar las prioridades como educadores, teniendo presente que es lo que realmente está en juego y por qué queremos, en el fondo, que los estudiantes lean.