Por Gabriel Wainstein
«Crítica publicará la más apasionante novela policial. Su argumento se basa en sucesos ocurridos en Buenos Aires. De un episodio de la realidad que conmoviera hondamente en cierta época al público porteño, el autor ha hecho un emocionante relato donde el misterio va espesándose más y más en cada página de “El enigma de la calle Arcos”. ¿Quién mató a la esposa del ajedrecista Galván? ¿O se trata de una extraña forma de suicidio? ¿Cómo desapareció el criminal después de consumado el hecho? ¿Cómo hizo el criminal para salir del cuarto de la víctima sin violentar una sola cerradura? El peregrinaje de un cofre de joyas. Desde mañana domingo en todas las ediciones»
Con este aviso, el 29 de octubre de 1932, el diario Crítica les anticipaba a sus lectores que, al día siguiente, encontrarían entre sus páginas el inicio de la novela policial “El enigma de la calle Arcos”. A lo largo de dos meses, el vespertino de Natalio Botana publicó en entregas esa narración firmada por Sauli Lostal que se desarrollaba en escenarios argentinos, más precisamente porteños.
Un año después, en 1933, “El enigma de la calle Arcos” fue editada en forma de libro. En su tapa anunciaba que se trataba de “La primera novela argentina de “carácter policial”. En coincidencia con ese aserto, los primeros textos que indagaban en la historia del género en nuestro país coincidían en que, efectivamente, se trataba de la primera novela policial argentina. Investigaciones posteriores sacaron a luz a la olvidada “La huella del crimen”, de Raúl Waleis, publicada en 1877, medio siglo antes que la novela de Sauli Lostal. Otros escritos señalaban que “El enigma de la calle Arcos” fue la primera novela policial del siglo XX. Eso tampoco es exacto, El investigador Román Setton estudió los ocho relatos que conforman “Las memorias de Mr. Le Blond”, publicadas en la revista Papel y Tinta en 1908 que, según explica, “conforman una totalidad novelesca”. Por otra parte, la revista PBT publicó, entre febrero de 1910 y julio de 1911, los 27 capítulos de “La audacia de Nelson White”, de Julián J. Bernat, una novela que relata una aventura de Sherlock Holmes en Argentina y precede en más de dos décadas a la novela de Sauli Lostal.
Más allá de la cuestión ordinal, la repercusión popular que tuvo “El enigma de la calle Arcos” actuó como disparador —valga ese término cuando se habla de literatura policial— para que en los años posteriores se multiplicaran las novelas del género en nuestro país.
¿Asesinato o suicidio?
El protagonista de la narración es Horacio Suárez Lerma, un joven y entusiasta cronista, redactor de la sección policial de Ahora, un diario vespertino. La historia comienza cuando el periodista visita en una seccional de policía a su amigo, el auxiliar Oscar Lara. Mientras conversan, en la comisaría se recibe una llamada de un hombre, Juan Carlos Galván, que solicita auxilio. Al llegar a su hogar, encontró la habitación de Elsa, su esposa, cerrada desde adentro y la mujer no responde a sus reiterados llamados. La puerta no puede abrirse desde el exterior. Galván teme que a la mujer le haya pasado algo grave.
Suárez Lerma acompaña a Lara al domicilio de Galván. Rompen la puerta, entran al cuarto y encuentran el cadáver de Elsa, que ha sido degollada. Junto a ella yace el cuerpo sin vida de su perro. En la habitación hay una nota manuscrita que parece indicar que la mujer se suicidó.
Por varias razones, pese a que el cuarto estaba perfectamente cerrado por dentro y no tenía ninguna otra vía de acceso o de salida, el periodista sospecha que no está ante un suicidio y le señala al policía indicios de que podría tratarse de un asesinato. El caso queda a cargo de un prestigioso investigador, el Inspector César Bramajo, que coincide con el periodista en que se trata de un asesinato, aunque ambos difieren en cuanto a la identidad del culpable.
La novela se construye sobre un esquema clásico del policial de enigma: el problema del cuarto cerrado, un crimen imposible de esclarecer porque el asesino no pudo salir del lugar donde se encuentra su víctima. Este planteo estaba presente en el cuento que marcó el inicio de la narrativa policial, “Los crímenes de la calle Morgue”, de Edgar Allan Poe, y se repite en muchas narraciones posteriores. Es más, Suárez Lerma compara el crimen que tiene ante sus ojos con la novela más célebre basada en este esquema:
“Su cabeza en efervescencia le permitió, asimismo, pensar un momento, con una sarcástica sonrisa en los labios, en aquel mentado cuento policial, en aquella graciosa fábula que Gastón Leroux —su autor— llamara “El misterio del cuarto amarillo”…
“Pero… ¡por favor…! ¡Qué enorme diferencia entre la ingeniosa patraña aquella y esta tristísima realidad…!”
Un detalle, pese a que el anuncio previo a la publicación decía que “su argumento se basa en sucesos ocurridos en Buenos Aires” la acción no se basaba en hechos reales. Sin embargo, es valiosa la decisión de desarrollar un relato con personajes y escenarios argentinos cuando el público estaba acostumbrado a leer novelas policiales europeas o estadounidenses. Resulta evidente que Crítica incluyó esta novela en sus páginas como una manera de atraer y retener a su público. Si hubiera elegido un texto que no se pudiera diferenciar de los extranjeros, no hubiera tenido mayor repercusión, pero una novela policial con personajes y escenarios familiares para los lectores era algo inusual en esa época. En el mismo sentido, una de sus virtudes es la frescura y verosimilitud de los diálogos: los personajes usan el lenguaje de la calle con naturalidad y, ocasionalmente, con ciertas dosis de humor.
En cuanto a la trama, mantiene el suspenso indispensable para captar la atención de las y los lectores que día a día se encontraban ante el folletinesco “Continuará”.
La disputa mediática
Parte de la historia es narrada a través de supuestos artículos periodísticos. La hipótesis del asesinato es sostenida en las páginas de Ahora, el medio donde trabaja el protagonista, mientras el diario rival, El Orden, considera que se trató de un suicidio y que la teoría del crimen es sólo un embuste de Horacio Suárez Lerma para ganar lectores.
La investigadora Sylvia Saítta (1996) explica que esa polémica refleja el enfrentamiento que se producía en esa época entre las ediciones vespertinas de Crítica y las de La Razón. Los dos medios dedicaban sus portadas a cruentos hechos policiales, competían por tener las primicias más sensacionalistas y sostenían hipótesis contrapuestas sobre los crímenes investigados. “El enigma de la calle Arcos” es entonces también una novela sobre esa rivalidad. Obviamente, Saytta toma partido por Crítica, el diario donde es publicada, y le otorga mérito a sus lectores por haberlos elegido.
Para quienes estén interesados en esta competencia, está muy bien retratada en la trilogía de novelas de Osvaldo Aguirre, “Los indeseables”, “Todos mienten” y “El novato”, que tiene como protagonista a un periodista real, Gustavo Germán González, del diario Crítica, considerado por muchos como el mejor especialista en información policial de la historia argentina.
Vale aclarar que no son todas virtudes en “El enigma de la calle Arcos”; la escritura es por momentos farragosa y la resolución del crimen, poco verosímil, remeda de manera burda a la de “Los crímenes de la calle Morgue”.
¿La novela de Borges?
Queda pendiente un enigma que aún hoy no está resuelto: ¿Quién fue Sauli Lostal? No hay rastros de que haya existido una persona que llevara ese nombre. Una carta del prosecretario de Crítica, Luis F. Diéguez, sugiere que se trataba de un seudónimo que correspondía a un o una periodista de ese diario, pero no hay certeza sobre su identidad. Entre las hipótesis, se baraja un anagrama del nombre del periodista Luis A. Stallo o el de una mujer llamada Luisa. Otros sostienen que se trató de una creación colectiva de varios escritores que colaboraban en el diario. Sin embargo, en 1997, el escritor y ensayista Juan Jacobo Bajarlía sostuvo una polémica desde el diario La Nación, donde afirmaba que el autor de “El enigma de la calle Arcos” era nada menos que Jorge Luis Borges, y que ese dato se lo había revelado Ulyses Petit de Murat. Los dos escritores eran colaboradores de Crítica. Según Bajarlía, las palabras de Petit de Murat fueron “La novela fue escrita por Borges, para ensayarse en ese género”. No fueron pocos los que salieron a refutar esa afirmación. La idea de Borges como autor de esta novela parece disparatada. La voz y el estilo borgeano son fácilmente reconocibles en todos sus textos. En “El enigma de la calle Arcos” no se puede apreciar ningún vestigio de la personalidad literaria de ese autor. Es más, en la novela sobreabundan los adjetivos, los adverbios y las exclamaciones, como si quién lo escribió necesitara recargar de énfasis los hechos.
“Simultáneamente, ante los ojos estupefactos de los presentes, se ofrece un cuadro macabro, horripilante…
“Tendida sobre el lecho, entre ropas empapadas de sangre, decúbito dorsal, yace Elsa Avilés de Galván bárbaramente degollada.
“¡Espectáculo hondamente trágico…!
“La infeliz mujer presenta en el cuello un tajo extenso y horrible, un tajo que le ha seccionado la carótida y destrozado la garganta. Sus ojos permanecen abiertos, desorbitados y conservan en sus pupilas —cual maldición suprema— una, casi diríamos, mirada de terror.”
Vale aclarar que ese estilo sobrecargado no era inusual en la literatura de la época, pero no estaba presente en Borges. Basta comparar cualquiera de sus textos con “El enigma de la calle Arcos” para darse cuenta de que es imposible que fueran obra de la misma pluma. Bajarlía relataba que le había señalado a Petit de Murat que la obra presentaba una gran disimilitud de estilo respecto de los otros libros de Borges, y que Petit de Murat le había replicado que la novela fue escrita al correr de la máquina. Tampoco resulta creíble que, aún en esa redacción espontánea, no brotara en ningún momento la voz del escritor. Claro que el autor de “La biblioteca de Babel” en ocasiones escribía deliberadamente mal, de manera paródica. Lo hizo en “El Aleph”, al reproducir fragmentos del interminable poema de Carlos Argentino Daneri y en los relatos escritos junto a Bioy Casares bajo el seudónimo de Bustos Domecq, pero en ambos casos esas aberraciones estilísticas eran intencionales, una muestra del humor irónico que lo caracterizaba. En “El enigma de la calle Arcos” no hay rastros de humor ni de ironía en lo que se refiere al estilo. La sobrecarga de adjetivos, adverbios y signos de admiración sólo pueden ser atribuidos a Sauli Lostal, haya sido quién haya sido, y no al autor del “Poema Conjetural”. Así, aunque en la acción, el misterio de la muerte de Elsa haya sido resuelto, en la realidad, el enigma de la identidad Sauli Lostal sigue vigente.