Por Alejandro Gamero.
En 1998, cuando Saramago ganó el Premio Nobel de Literatura, fue elogiado por la
Academia Sueca por su obra «sustentada por la imaginación, la compasión y la ironía». Es
lógico pensar que si un escritor que ha alcanzado un logro como ese enviara uno de sus
manuscritos a una editorial, esta no dudaría en publicarlo. Pero como otras tantas veces, no
fue así.
Saramago escribió Claraboya a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta.
En 1953 lo envió a una editorial, de la que nunca recibió respuesta. Ni siquiera un «no,
gracias». Esto lo sumió, como su esposa Pilar del Río en la introducción de la propia novela,
«en un silencio doloroso e indeleble que duró décadas». Como él mismo explica, en la
biografía que redactó cuando aceptó el premio Nobel, «empecé otra, pero no pasé de las
primeras páginas […] no tenía nada que valiera la pena decir».
Se dedicó a escribir poemas y artículos periodísticos para más tarde, en 1976, pasar una
temporada en Alentejo, de donde provenía su familia. Estando allí, en 1980, publicó su novela
Levantado del suelo, que cuenta la historia de los campesinos que durante la dictadura de
Salazar trabajaban esas tierra de las que no eran propietarios propietarios. Después de todo,
Saramago sí tenía algo que decir.
Y había encontrado la voz para decirlo. En esta obra, encontramos por primera vez su
característico estilo narrativo. Su prosa adquiere un ritmo como ningún otro: frases que se
alargan a través de las páginas, sin puntuación, cambiando entre los personajes, sus
diálogos y sus pensamientos como narrador. Se pasa en perspectiva desde las hormigas que
observan desde el suelo cómo golpean a un preso político hasta las cometas rojas que
vuelan por el aire. Es un libro hermoso y brutal.
A lo largo de la década de 1980, Saramago publicó otras novelas. Hasta que en 1989 la
editorial que había rechazado Claraboya sin enviarle a Saramago ni una palabra de disculpa
o de agradecimiento se puso en contacto con el autor para decirle que habían encontrado el
manuscrito cuando se mudaban de oficina y que, ahora, sería un honor publicarlo. No era de
extrañar: treinta y seis años después Saramago se había convertido en un autor muy
conocido. El escritor rechazó su oferta y fue a las oficinas de la editorial para recuperar su
manuscrito. Según Pilar del Río, nunca lo volvió a leer y rechazó las súplicas de otros que sí
lo hicieron y que intentaron persuadirlo para que lo publicara. Es por eso que Claraboya no
se publicó hasta 2011, después de su muerte.
La historia de Claraboya tiene lugar en un bloque de apartamentos en la Lisboa de los
años 40. La narrativa entra y sale de los apartamentos y dentro y fuera de las cabezas de las
personas que viven en ellos y que reflexionan sobre el significado o la falta de sentido de la
vida sin llegar a ninguna conclusión. No es un libro excelente, al nivel de los que escribiría
posteriormente, pero tampoco es un mal libro. Entonces, ¿por qué no se publicó en su
momento? Nunca lo sabremos, pero tal vez tenga que ver con la sexualidad que se describe
en algunos pasajes y con que la visión que se da de la vida familiar no es precisamente
idílica: de puertas para adentro los apartamentos esconden violaciones, abusos o
prostitución. Todos estos detalles no habrían sido bien recibidos en la Lisboa de 1953, en
medio de una atmósfera católica conservadora, bajo el régimen autoritario del presidente
Salazar. Habría sido una elección arriesgada publicar un libro como este, de un autor
desconocido.
Quizás alguien de la editorial reconoció los méritos de la novela y, en lugar de decepcionar
al autor con un rechazo, guardó el manuscrito en un cajón y esperó el día en que la represión
fuera reemplazada por la democracia. Desgraciadamente, pasarían otros veinte años, ya que
la Revolución de los Claveles tuvo lugar en 1974 y para entonces el manuscrito había sido
olvidado.
Todo esto deja algunas preguntas en el aire. ¿Habría desarrollado Saramago alguna vez
su característico estilo si su manuscrito hubiera sido publicado? Y de haberlo sido, si hubiera
tenido éxito en 1953, ¿habría introducido tantas innovaciones en su prosa? Y si, en cambio,
Claraboya hubiera sido un desastre comercial en 1953, ¿habría vuelto a escribir ficción?
Nunca lo sabremos. Pero si ese rechazo editorial fue el precio que tuvo que pagar para
alumbrar sus novelas posteriores, estoy seguro que tanto Saramago como cualquier otro
escritor lo habría pagado con gusto.