Los perros en la Literatura universal

En el canto 17 de la Odisea, Homero describe de esta manera el reencuentro de Ulises con su viejo Argos: Y un perro, que estaba echado, alzó la cabeza y las orejas: era Argos, el can del paciente Ulises, a quien éste criara, aunque luego no se aprovechó del mismo porque tuvo que partir a la sagrada Ilión. Anteriormente llevábanlo los jóvenes a correr cabras montesas, ciervos y liebres; mas entonces, en la ausencia de su dueño, yacía abandonado sobre mucho fimo de mulos y de bueyes, que vertían junto a la puerta a fin de que los siervos de Ulises lo tomasen para estercolar los dilatados campos: allí estaba tendido Argos, todo lleno de garrapatas. Al advertir que Ulises se aproximaba, le halagó con la cola y dejó caer ambas orejas, mas ya no pudo salir al encuentro de su amo; y éste, cuando lo vió, enjugóse una lágrima.

Este párrafo, sin dudas, es uno de los más conmovedores de la Literatura universal, y no hace sino resaltar el importante vínculo que los seres humanos han tenido, desde la noche de los tiempos, con los perros. Con el correr de los siglos, la relación entre canes y personas no ha disminuido, y los escritores han sabido equiparar esta afinidad con verdadero sentimiento e impronta visceral.

Aunque no hayamos leído varios de los libros que los mencionan -o convierten en protagonistas-, muchos hemos escuchado hablar de una importante cantidad de ellos: Bullseye, la mascota de Bill Sikes en “Oliver Twist”, que permanece fiel a su dueño a pesar de su maldad, y que sólo huye de su lado cuando adivina sus intenciones de matarlo; Mister Bones, el perro callejero de su no menos callejero dueño Willy Christmas, en “Tombuctú” de Paul Auster; o Cujo, el San Bernardo juguetón y amante de los niños en la novela de Stephen King del mismo nombre, que sufre una metamorfosis que trastorna su personalidad luego de la mordida de otro animal.

La Literatura también nos ha dado al mastín de los Baskerville, en la tercera novela de Arthur Conan Doyle; a Buck, el perro del juez Miller en “La llamada de la selva” de Jack London; a Fang, el jabalinero de Rubeus Hagrid en la saga de Harry Potter; y a Huan, que realizó grandes hazañas en “El Silmarillon”, de J. R. R. Tolkien.

Pero sin lugar a dudas merece especial lugar Flush, el cocker spaniel de Elisabeth Barrett, en la novela de Virgina Woolf de idéntico título, que resultó ser la primera biografía imaginaria de la Literatura universal.

zó la cabeza y las orejas: era Argos, el can del paciente Ulises, a quien éste criara, aunque luego no se aprovechó del mismo porque tuvo que partir a la sagrada Ilión. Anteriormente llevábanlo los jóvenes a correr cabras montesas, ciervos y liebres; mas entonces, en la ausencia de su dueño, yacía abandonado sobre mucho fimo de mulos y de bueyes, que vertían junto a la puerta a fin de que los siervos de Ulises lo tomasen para estercolar los dilatados campos: allí estaba tendido Argos, todo lleno de garrapatas. Al advertir que Ulises se aproximaba, le halagó con la cola y dejó caer ambas orejas, mas ya no pudo salir al encuentro de su amo; y éste, cuando lo vió, enjugóse una lágrima

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